Viaje al término de la noche
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- 09/08/2008 a las 12:33 (3728 Visitas)
Era una noche oscura, sin luna. Las nubes tapaban las estrellas y una inmensa sombra ocupaba el lugar del cielo. La grandeza del universo parecía cernirse sobre la tierra sin adornos, sin astros, sin constelaciones, sin fin.
La ciudad con su mundanal ruido iba quedando atrás, perdiéndose en la lejanía y convirtiéndose en una insignificante luciérnaga reflejada en el retrovisor de la moto. La humedad del aire y la dureza fría del viento en mi rostro multiplicaban los escalofríos que me provocaba el miedo a lo desconocido. Estaba dispuesto a viajar al fin de la noche, y no precisamente en el sentido metafórico de la obra de Céline.
Incomprensiblemente, el camino no aparecía en los mapas. Nadie sabía –o nadie quería que se supiese- cómo se llega al fin. Decidí, por tanto, guiarme por mis impulsos, y afrontar el viaje en un medio de transporte manejable que me permitiese cambiar de rumbo rápidamente. No encontré nada mejor que mi vieja Vespa.
Ya en medio del bosque, circulando por una vía pecuaria más allá de los lujosos chalets del barrio alto y de las chabolas de la pequeña manzana, supe que me acercaba a mi objetivo. El sinuoso, fragoso y abrupto camino me pedía a gritos que dejase la contemporánea montura, y por eso decidí continuar a pie. Sólo oía mi respiración y el rumor vivo de la naturaleza. Los frondosos árboles característicos del boscaje atlántico se comían los artificiales rayos de luz que provenían de una carretera cercana, manteniendo la negrura espesa de una noche cada vez más y más pura.
Cuando dejé de percibir los últimos reflejos de las espurias luminarias de la civilización, me senté. Sonreí, respiré con fuerza, acaricié la tierra musgosa. Cerré los ojos y empecé a sentirme parte de la noche. Transcurrieron minutos, horas quizás, hasta que desperté.
La magia comenzó a desvanecerse con la luz anaranjada del amanecer. Mi esposa estaría histérica, esperándome en mi prisión con el alcoholímetro en la mano. Busqué la Vespa, me monté y aceleré. No iba a creerse mi historia. Buscaría “Término de la noche” en las Páginas Amarillas para ver si era el nombre de un club de alterne. Y una vez más, yo miraría al suelo con la certeza de que la materia había vencido al espíritu.