euro "VISIÓN"
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- 25/05/2008 a las 20:32 (2716 Visitas)
Eslavas neumáticas, nórdicas “supervitaminadas”, “triunfitas” con sobrepeso, íberos con tupé imposible, invidentes arrítmicas, piratas cantautores. No son los protagonistas de la última comedia teenager absurda salida de Hollywood; son algunos de los contendientes que se dieron cita en ese festival con careta “modernoide” -que no moderna-, regusto añejo a ritmo de “la la la” en tono sepia y dudoso componente artístico, celebrado el pasado sábado en Belgrado.
Eurovisión, que cada vez tiene menos de “Euro” y más de visión -en la acepción más oscurantista y paranormal de la palabra-, tiñó de rosa y caspa la capital de Serbia. Otros colores, los rojo y oro de la bandera española, naufragaron una vez más -por suerte o por desgracia- en un mar que tampoco dominan los ingleses. De “Euro”, como decía, la pachanguita musical tiene bien poco. Eso lo confirma la presencia en el concurso de países como Israel, que ni políticamente ni geográficamente pertenecen al viejo continente. Otros, como Turquía, aún no saben si quieren (o si les dejarán) colaborar con una estrella -o con una luna- en la composición de la banderita de la Unión. Lo que está claro es que en Eurovisión sí tienen sitio, al igual que las dos docenas de repúblicas ex-soviéticas de nombre impronunciable para los españolitos “de a pie”, repúblicas que hicieron piña y falsearon por enésima vez el resultado final otorgándose mutuamente votos de compadreo.
España, por su parte, cansada quizás de hacer el ridículo año tras año, decidió darle el billete sólo de ida a un especimen patrio salido de un despacho de marketing. Quien dice España dice unos cuantos miles de adictos a la “democracia del SMS” instaurada por la telebasura, pero al igual que en las elecciones de verdad, los que no votan o eligieron otras opciones deben -debemos- acatar el resultado. Al grano: finalmente, nuestro embajador Rodolfo Chikilicuatre llevó su ritmo reggaetostón freak a Eurovisión, se ganó unos cuantos silbidos, algunos votos más que sus predecesores y una avalancha de críticas de intelectuales aburridos que acudieron a hacer caja en las tertulias de pacotilla de algunas cadenas televisivas al concluir el envite pseudomusical.
Las malas lenguas hablan de fracaso estrepitoso, aunque las cifras no avalan esa teoría. El actor del tupé quedó en la mitad de la tabla clasificatoria armado con una guitarra de juguete y una canción machacona, con una lírica burda y soez que más que satírica es tópica y reincidente, adornada con una base musical que recuerda a los organillos de los cíngaros que hacían bailar a la cabra, y un cierto toque mal llamado “latino” (en el colegio nos enseñaban que latino era Marco Aurelio, aunque ahora sea una etiqueta para designar los ritmos tropicales de “allende el mar”).
Hay quienes analizan el “poltergeist” europeo-musicalero del fin de semana desde otra perspectiva. Se ha hablado mucho de una posible conspiración, teoría avalada por todos los medios de comunicación a excepción del que dirige un médico de familia. Casi todos coinciden, también, en hablar de ridículo estrepitoso, un buen prólogo para el futurible batacazo continental futbolístico.
Yo, sin embargo, no detecté sólo esa esencia a “España cañí” a la que hacen alusión los tertulianos en el histriónico experimento de Chikilicuatre... también la olfateé en la presentación audiovisual que precedió a la actuación. Topicazo para entrar en calor: dos efigies rojigualdas toreando. Faltaron las palmas y el “olé”, pero la sensación de ridículo no me la pude quitar de encima en toda la noche, y no fue precisamente por culpa del bueno de Rodolfo. Por un momento sentí envidia de los otros países, que subían al escenario tras la proyección de elegantes y coloridos vídeos introductorios que simplemente “dibujaban” en pantalla sus colores nacionales.
Al final entendí que Eurovisión se debate entre el arte musical y el espectáculo chabacano, al igual que Europa se debate entre el ser o no ser y España se debate entre el mundo de la pandereta y el de la cultura con mayúsculas. Quizás, nuestro mayor problema no sea la bufonada circense de Chikilicuatre.