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"Me desperté en el incómodo camastro de mi celda. Ayer me arrojaron a ella tras pillarme con un poco de azucar lunar que, JURO POR LOS NUEVE, no se de dónde demonios salió.
- ¡Eh! Tú, Sí, tú. El Imperial! - Llevo desde entonces queriendo matar al tío de la celda de enfrente - Sabes que de esta noche no pasas, ¿verdad? Ji ji ji je je je... - En serio, es dunmer me saca de quicio - ¿Oyes eso? ¿Son los guardias? ... ¡Sí!¡Y vienen a por tí! ¡Ha ha ha hi hi hi! ...
Es cierto, se oyen pasos y una conversación tras la esquina del pasillo.
- Mis hijos, han muerto, ¿verdad? - La voz de un anciano es la primera que se puede distinguir entre los ecos del corredor ce piedra.
- No lo sabemos, Señor. El mensajero sólo dijo algo de un ataque. - Le contesta una mujer.
Ya se puede distinguir el característico <<Shling-shlang>> de varios soldados armados hasta los dientes bajando por el corredor. Espero que no sean esos guardias en conserva de la Legión. Odio a esas latas.
- Están muertos, lo sé. - El anciano retoma la conversación desde lo más profundo de su estómago, como si los hubiese matado él mismo.
- De todas formas, lo más importante en estos momentos es sacarle de la ciudad. - La mujer replica d nuevo.
Ahora se han parado frente a mi celda. Un hombre de muy avanzada edad parece sumido en una pena infinita. Le acompañan dos soldados en unas armaduras laminadas de factura occidental, de Akavir, posiblemente, a juzgar por sus espadas, y una mujer - la que conversaba con el viejo, seguramente - ataviada con una armadura de placas negra, dorada y plateada. Lleva una espada igual a la de los otros dos soldados.
- ¿¡Qué hace aquí un prisionero!? ¡Ésta celda está fuera de los límites! - La ira de la soldado se descarga sobre uno de sus embutidos acompañantes, se refiere a mí.
- No se... posiblemente haya sido alguna confusión por el cambio de la guardia... - Se defiende como puede. Queda claro quién manda.
- Da igual. Mantened abierto el portón, no hay forma de abrirlo desde dentro... - Debe ser mi día de suerte, buena o mala, a saber, pero suerte. Están entrando en mi celda.
Haciéndome a un lado, la jefa del grupo mueve un baldosín, y ante mi asombro, una puerta secreta da paso a un corredor lleno de telarañas. Ójala lo hubiese sabido...
Repentinamente, el viejo palidece. Me mira.
- ¡TÚ! Déjame verte la cara. - Obedezco, no vaya a ser que lo pague a espadazo limpio. - Así que hoy es el día. Los Dioses me asistan.
Indeciso, mi curiosidad, vence a mi miedo.
- Perdón, pero... ¿Quién es usted?
- Soy tu emperador, Uriel Séptim. Por la gracia de los Dioses, sirvo a Tamriel como soberano. Tú también la servirás... a tu manera.
- ¿Cómo, como preso? - La ironía de la situación me desborda. ¿Me honran con una visita del Emperador en persona por un poco de azucar que nisiquiera era mía? Tengo que delinquir más a menudo...
- No serán tus crímienes pasados por lo que se te recuerde. Síguenos. Encontrarás tu camino entre los restos del nuestro. - El viejo emperador habla con acertijos, no me extraña que la vida sea jodida si los que mandan hablan como si les diese miedo decir la verdad.
Cuando me dispongo a tomar el último lugar en la comitiva, que ya ha empezado a penetrar en el túnel, uno de los guardias me advierte con la sangre en los ojos:
- No te metas en nuestro camino. - Ni que quisiera.
La seda da un tacto suave a la fría roca. La oscuridad frente a nosotros la tiñe de azabache. Parece que la Madre Noche vigila de cerca al grupo."