Hoy, mientras probaba la ROM del Outrun para Megadrive en mi gp, me han venido a la memoria los buenos ratos que pase durante mi adolescencia en un salón recreativo de mi barrio. La llevaba un hombre de mediana edad, Ramón, un tipo serio aunque muy amable y que a pesar de su edad sabia conectar con nosotros, chavales de 15 a 20 años, casi todos ataviados con tejanos, chaquetas cruzadas de cuero y pelo largo, disfrazados de tipos duros para disimular la inseguridad del que aun esta aprendiendo a vivir.
La sala de Ramón era un local de unos 100 m2, bastante pequeño para el numero de maquinas y clientes que solía albergar. Recuerdo su ambiente lleno de humo, muy molesto para alguien que como yo aun no había aprendido a fumar; el ruido ensordecedor mezcla de numerosas maquinas, cada una con su música particular sonando a toda pastilla, las voces de la clientela y el martilleo de los futbolines, sobre los cuales colgaba un tosco cartel rotulado a mano que rezaba: “El que quiera pelearse que lo haga en el Tibidabo” y ennegrecido por años y años de humos constantes. Un poco mas al fondo del local estaba una zona mucho mas tranquila, con tres mesas de billar a las que no recuerdo haber jugado nunca, controladas por dos relojes de ajedrez y al fondo de todo una mesa de ping pong casi siempre en desuso.
La zona justo junto a la entrada, mi favorita, estaba plagada de maquinas arcade y pinballs donde acostumbraba a vaciar mis famélicos bolsillos, y en mas de una ocasión pensé lo maravilloso que seria tener en casa un aparato capaz de tener todos esos videojuegos, pues por aquel entonces mi ZX Spectrum no les llegaba ni a la altura de los zapatos.
De entre todas esas maquinas, quemadas por cientos de cigarrillos depositados sobre ellas, había una por la cual sentía especial predilección: el Out Run de Sega, y es que no era para menos. Destacaba sobre las demás por su mueble en forma de coche en el que podías sentarte, su volante que vibraba y ofrecía resistencia a los giros, algo nunca visto hasta entonces, y sobre todo, por que era de las caras, ya que funcionaba con dos monedas de 25 Ptas. en lugar de una sola.
Fueron muchas tardes durante muchos años los que pase en ese lugar, viendo como cambiaban las maquinas y se volvían más espectaculares gráficamente. Recuerdo que la ultima maquina a la que jugué fue el Tekken 3 y que poco después compre para mi Playstation, responsable en gran medida de que mis visitas a la sala de Ramón fuesen cada vez mas espaciadas, hasta que un día pase por delante de ella, esperando ver a Ramón para saludarle y lo que encontré fue un restaurante Chino. Me dio un vuelco el corazón. Fui al bar de la esquina, donde solía desayunar y merendar, y ahí lo encontré. Cuando le pregunte que había pasado con el negocio, me respondió es que con las nuevas consolas cada vez tenia menos clientela hasta que al final tuvo que cerrar.
Nunca mas he vuelto a verle, ni nunca he entrado a ese maldito restaurante chino delante del cual siempre procuro evitar pasar. Hoy he jugado cómodamente tumbado en mi cama al Out Run sin que me costase 50 Ptas., pero ni estaban mis coleguitas ni Ramón nos saludo al entrar diciéndonos “hola chicos, ¿que tal?”
Estés donde estés, hasta siempre Ramón, hasta siempre amigo.
Marcadores