No podía descartar un ajuste de cuentas contra la familia. Tres de los fallecidos pertenecían a dicho clan, uno de los más ricos del pueblo. Los Saavedra. Artesanos, orfebres, comerciantes y políticos. Sin enemigos conocidos, pero propietarios de prácticamente la mitad de las tierras de la comarca. Ahora mismo, ésa era mi principal línea de investigación.
Decidí ir andando a la casa del practicante, Braulio. Dos manzanas me separaban de ella. El pueblo estaba desierto. La noche se cernía
La presión mediática convirtió “los sucesos de Verdes” en la noticia del mes. En las tertulias mañaneras, las patochadas del mundo del “corazón” habían sido relegadas a un segundo plano. Los telediarios abrían con pequeños detalles que no aportaban nada al caso y generaban más y más alarma social.
El juez decretó el secreto de sumario... y menos mal. Las diligencias previas estaban siendo un desastre. No encontrábamos móvil del crimen, ni se había hallado veneno en las autopsias,
La comarcal CP 1909 serpenteaba a través de un monte mixto de pinos y eucaliptos. Doscientos años atrás, un cura pontevedrès, pionero de la globalización, envíaba desde Australia a su tierra natal unas semillas de ese árbol de crecimiento rápido, casi mágico, que ahora dominaba gran parte de los bosques gallegos. Dinero fácil en poco tiempo. ¿Qué humano podía resistirse a eso? La industria maderera y los pequeños y grandes terratenientes lo tenían claro. La especie exótica se imponía inexorablemente
Había desarrollado desde la más tierna infancia su instinto innato para la caza. Con 15 años, sus ojos se movían a una velocidad endiablada cuando se preparaba para la batalla, brillando sobre una fea cara llena de pecas y acné. El pulso se le aceleraba, el sudor frío empapaba su pelo grasiento y un tic nervioso castigaba sus párpados llegado el momento de la lucha. Era un espectáculo digno de ver.
El sótano de su casa, sombrío y con humedad, era el escenario preferido para sus fechorías.
Mi nuevo amigo. En 15 días estará en mi casa y será uno más de la familia. Se llama Noel, es blanco, con un ojo de cada color, tiene poco más de un añito y fue abandonado a su suerte en una colonia de gatos callejeros. Acabó en la perrera y una buena persona, amante de los animales en general y de los gatos en particular, lo llevó al refugio de la asociación que dirige días antes de que lo sacrificasen. Noel es cariñoso, zalamero, simpático, ronroneador y... sordo. Por eso nadie le quiere, porque
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