Verdes (parte 3)
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- 07/01/2015 a las 18:50 (7951 Visitas)
No podía descartar un ajuste de cuentas contra la familia. Tres de los fallecidos pertenecían a dicho clan, uno de los más ricos del pueblo. Los Saavedra. Artesanos, orfebres, comerciantes y políticos. Sin enemigos conocidos, pero propietarios de prácticamente la mitad de las tierras de la comarca. Ahora mismo, ésa era mi principal línea de investigación.
Decidí ir andando a la casa del practicante, Braulio. Dos manzanas me separaban de ella. El pueblo estaba desierto. La noche se cernía sobre él. El alumbrado público apenas aportaba visibilidad. La niebla y la oscuridad convertían Verdes en el escenario perfecto para una película de terror.
Braulio me abrió segundos después del primer timbrazo. Parecía estar esperándome.
Era un hombre rubio, delgado y nervioso, de unos 60 años. Sus ojos azules proyectan despreocupación y sencillez a primera vista, pero pronto entendí que era sólo una máscara desarrollada con los años. Braulio era un hombre inteligente y culto, quizás el más sabio del pueblo, pero su humildad y prudencia le aconsejaban pasar desapercibido.
-Tengo noticias inspector... un descubrimiento que quizás le ayude con el caso. ¡Ah! Y buenas tardes. Disculpe mi descortesía.
- Es usted el único hombre de este pueblo que parece interesado en resolver el caso desde el prisma de la ciencia y no con leyendas o fantasías... dígame qué tiene Braulio -sonreí y di confianza a mi interlocutor con una palmada en la espalda.
- Herba de namorar. Armeria marítima. A través de un sencillo proceso químico, se convierte en un veneno muy potente que puede provocar una parada cardio-respiratoria fatal. ¿Curioso eh? Una planta envuelta de misterio y que por siglos y siglos se ha considerado pócima para enamorar, puede convertirse en pócima para matar. -Sus ojos brillaban, y al pronunciar con tanta rapidez, una gota de saliva me salpicó la cara.
- Venenos hay miles. Algunos detectables. Algunos indetectables. Pero en las autopsias no encuentran nada raro. Y mi crédito está a punto de expirar. En el hospital provincial no me toman ya demasiado en serio...
- He revisado la zona en la que fallecieron todos los sujetos, y allí crece la única herba de namorar que vive lejos del mar, la armeria trasmontana. Y he visto a esa señora... ¡vella do demo! Recogiendo flores de dicha planta. No creo en las casualidades, Moisés. Esa vieja loca que se cree bruja, blasfema y dedica insultos a los Saavedra. Xudeos, fillos de ****, raposeiros....
- Braulio, te tenía por defensor de la razón... *****, creo que te estás pasando. No tienes ni indicios ni pruebas, sólo conjeturas. Demasiado poco para conseguir siquiera una orden de registro. Que no fuera demasiado amiga de los Saavedra y que sepa de hierbas no la convierte en asesina. Además, se te olvida que hay otros tres muertos de otras familias -contesté con poco tacto.
- De acuerdo Moisés. Disculpa mi vehemencia. Me he involucrado de más. ¿Quieres un café? -noté nerviosismo en su semblante.
-Debo irme. No quiero que se haga demasiado tarde y tu querida bruja esté dormida cuando vaya a visitarla -aseveré.
Me despedí del practicante y un mar de dudas se convirtió en tsunami arrollador. Seguía perdido. La teoría de Braulio, que hasta ahora había sido de gran ayuda, me parecía una idiotez. Su figura representaba en la aldea la ciencia, siempre contrapuesta a la superchería, enemiga de la superstición. Entendía que Rosalía, la “curandera” -vella do demo en palabras del enfermero- era su antítesis y sé que habían reñido muchas veces, sobre todo al intentar ayudar a vecinos enfermos. Uno usaba paracetamol y morfina; la otra, belladona y mandrágora. Cuando alguien moría, Braulio hablaba de infartos cerebrales, tumores terminales o síndromes tóxicos; Rosalía, en cambio, se resignaba y decía que “había llegado su hora” o “los dioses le reclaman”.
Dos posturas irreconciliables que, sin embargo, representan a la perfección la esencia del gallego, mitad materia y mitad espíritu, mitad raza y mitad razón, mitad ciencia y mitad magia.
Lo que Braulio no sabía es que él también era un sospechoso para mí. Sus amplios conocimientos médicos podían convertirle en el asesino perfecto. Además -y esto es lo que me preocupaba- hubo una vieja disputa de terrenos que acabó en los tribunales 12 años atrás. Una pelea por unas tierras expropiadas por el gobierno autonómico al practicante... un embargo firmado por un funcionario. Un funcionario apellidado Saavedra.