El escritor
por
- 16/05/2008 a las 17:08 (2055 Visitas)
Empecé a dejarme una cuidada barbita descuidada -toma paradoja-, a lavarme un poco menos -es bohemio oler a hombre- y a beber como un loco -no conozco muchos escritores abstemios- . Mi técnica para convertirme en un escritor de éxito estaba dando sus frutos poco a poco. Mi vida sexual iba en aumento, porque el rollito intelectual/piojoso le gusta a las mujeres. Todo marchaba, o eso creía.
El problema era el de siempre; me costaba ponerme a escribir, arrancar. Cuando entraba en materia, no conseguía nada sustancioso. Más allá de borracheras, drogas y polvos, no tenía nada en mi vida de donde sacar algo interesante. Para buscar las musas lo probé todo, desde absenta a cocaína. También probé sin drogas, pero todo salía aún peor.
Mi plan empezó a hacer aguas y empecé a oler a fracaso. Las mujeres, al igual que los felinos, tienen el olfato muy desarrollado. Y olieron mi peste a distancia. No tenía nada que hacer. Ni a horas intempestivas, ni a horas familiares. Ni en la playa ni en el servicio. No había manera de escribir más de dos líneas mínimamente interesantes. Y además, ya no follaba.
Mi producción literaria se redujo hasta límites insospechados: no era capaz de juntar más de tres palabras cada día. Preocupante. Muy preocupante. Mi lapsus se convirtió en patología y poco a poco me fui transformando en un ********** integral, en un básico, en un lelo. Pocos me creerán, pero llegué a necesitar un día para colocar una palabra en el papel.
Tomé una decisión: consagraría el resto de mi vida a escribir algo medianamente interesante. Para que el texto fuera atractivo tenía que tener un final espectacular. No dudé en convertirme en protagonista... no tenía otra elección.
Tardé dos meses en escribir este último párrafo, y aproveché los ratos libres para llamar a editoriales y prometerles algo “fuerte”, “requetevendible”, rica basura. No sabía cómo cojones iban a vender un texto tan ridículamente breve, pero eso no era cosa mía. Cumplí mi parte del trato, y este texto póstumo me llevó a la gloria efímera que tanto había buscado -supongo-.
Ahora, perdedores, os saludo victorioso desde el otro barrio.