ZDV Bot
06/01/2013, 13:45
Leer noticia original en Anaitgames (http://www.anaitgames.com/noticias/ganador-del-i-certamen-literario-navideno-de-anaitgames)
Concursantes y concursantas, tras largas horas de deliberación el Departamento de Literatos Poderosos ha dictaminado un ganador para el I Certamen Literario Navideño de AnaitGames. Los relatos que nos han llegado han sido muchos y unos cuantos venían con matasellos de lugares lejanos. Vuestros cuentos y poemas -que los ha habido y bien bonitos- han abarcado muchos temas: algunos dramáticos bien llevados, mucho Mario -nintenderos, os esperábamos con alegría-, unos pocos cómicos que nos han hecho reír entre algo y bastante -en ocasiones mucho- y hasta prosa oscura que ahondaba en navidades oscuras y jodidas.
No podemos daros un Slowpoke a todos porque sería muy cansado -está hecho a mano- pero no queremos anunciar a nuestro ganador sin daros las gracias por haber escrito y mandaros a todos un beso grande y un abrazo lleno de amor magnífico, porque un concurso sin participantes sería algo muy raro. De verdad. Pensadlo.
Por ello, en breve habilitaremos un espacio en el foro para que todo el que quiera postear su participación pueda hacerlo voluntariamente. Cuando esté el hilo operativo, simplemente copiad ahí vuestra aportación y ya nos ocupamos nosotros de ir ordenándolos todos en el primer post para que sea fácil de leer.
Y sin más dilación, el ganador del I Certamen Literario Navideño de AnaitGames es...
@hallenbeck por Lone Survivor: Christmas DLC
http://www.anaitgames.com/images/uploads/2013/01/cabecera ganador.JPG
DÍA 6Se despertó con la sensación de haber dormido durante una semana entera, acuciado por el hambre y la sed. Sus ojos escrutaron la penumbra y los recovecos del cuarto, muebles familiares y objetos que reconoció con la mirada a pesar de que no eran de su propiedad. Después de un leve suspiro de resignación, se recostó y apoyó los pies desnudos en el frío suelo. Tomó impulso, se puso de pie y abrió los brazos para desperezarse y bostezar con la boca obscenamente abierta. Notó como la tela de la mascarilla que le cubría la parte baja de la cara absorbía la tibia humedad de su aliento. Fue hasta una mochila azul y desvencijada que había en el suelo, en un rincón, y la tomó con ambas manos, palpando todos los objetos que contenía antes de echársela a la espalda. Un ruido gutural proveniente de su vientre le recordó que lo único que se llevó a la boca el día anterior fue una bolsa de patatas rancias, lo único que encontró comestible en una de las incursiones que hacía en pisos vecinos para poder sobrevivir. Era hora de salir al pasillo.
Cada vez que tenía que hacerlo quería gritar y llorar de puro miedo, pero si algo había entendido es que en su situación ese era precisamente su mejor aliado. El miedo le hacía ser prudente y tener cuidado. Al abrir la puerta de salida le sobrevino una oleada de hedor a muerte, a suciedad acumulada y a abandono, pero también había empezado a aceptar eso como parte de la situación. Echó un vistazo rápido a ambos lados para asegurarse que todo estaba despejado. Dio unos pasos y cruzó otra puerta, pasando por el corredor dónde estaba la escalera de acceso al piso de abajo, que permanecía cerrada con llave. Avanzaba lentamente, pegado a la pared y haciendo el menor ruido posible, casi sin levantar los pies del suelo. Volvió a pararse para sacar de la mochila un revolver que metió en el cinturón del pantalón para tenerlo cerca. El contacto con el metal del arma le hizo venir a la mente una sugerente melodía que había escuchado dos días antes. "¿Fue hace dos días? No estoy seguro. El tiempo transcurre ahora de un modo que me resulta difícil entender".
Pensó en Chie, en la imagen de su cara, sus facciones, su pelo. La urgencia de volver a verla se dibujó a la misma velocidad que el recuerdo le venía a la mente. La melodía que sonaba en su cabeza le trasladó a la surrealista alucinación de la fiesta. Kenny con un vaso en la mano, Benzido también. Ambos, como si el apocalipsis no fuera con ellos, como si todo en realidad fuera una gran broma pesada. Al llegar a su destino se detuvo en seco y prestó atención unos segundos. No se oía nada. Giró el pomo de una puerta, entró y cerró. Tomó una bocanada de aire a través de la mascarilla, recordando como estuvo en este mismo lugar hacía unos días, sin encontrar nada interesante. Había decidido darle una segunda oportunidad, no sabía muy bien porqué. Sacó la linterna de la mochila y la encendió. El polvo flotaba inane mientras el haz de luz lo atravesaba, parecía como si hiciera siglos desde la última vez que alguien vivió ahí. Avanzó directo a la cocina para empezar de nuevo a buscar. El hambre ya casi le acuciaba tanto como el miedo. Empezó a abrir cajones y armarios. Pasó de largo de la nevera, ya sabía que no había nada y además olía fatal. Fue al resto de habitaciones. Nada. Ni comida, ni agua. El desespero le acechaba por momentos y su respiración se aceleraba. El hambre a veces era peor que el miedo. 'El miedo pasa sólo, el hambre no', pensaba.
Fue al salón y rodeó un sofá desvencijado mientras apuntaba con la linterna a los armarios abiertos de par en par. Polvo y más polvo, nada más. Maldijo en silencio y decidió apagar la luz para ahorrar batería. Recogió una silla del suelo y se sentó frente a la mesa. Con un gesto descuidado pasó la mano por su pelo sucio y alborotado. Se percató entonces de que había algo encima del mueble, algo que parecía una caja, pero no recordaba haberla visto la otra vez. 'También se me pudo haber pasado', se dijo. Estiró el brazo para alcanzarla y acto seguido supo que había algo dentro. Retiró la tapa y un olor dulzón atravesó la mascarilla penetrando sus fosas nasales. Le faltó poco para ponerse a babear como un perro rabioso. Galletas, eran galletas redondas. Galletas redondas y de jengibre. E indudablemente, estaban en buen estado.
Otro detalle le llamó la atención. Encima de las galletas había algo, pero no sabía muy bien qué. Lo tomó con delicadeza entre sus dedos y lo acercó a la vista. Entre la penumbra pudo ver que era una ramita de muérdago. Le llegó el olor, como si estuviera recién cortado. Imágenes de gente sonriendo a su alrededor sentados en una mesa le asaltaron inmediatamente, le vinieron a la mente sonidos de campanillas y ritmos que identificó mentalmente como algo festivo y familiar. De repente echó de menos algo: Se sentía melancólico. Acercó el tallo a la nariz y la colocó debajo para aspirar profundamente el aroma, y justo entonces notó en sus labios el roce suave y dulce de un beso. O mejor dicho, el recuerdo de un beso. Metió de nuevo la rama en la caja con las galletas, la guardó en la mochila y decidió que ya era hora de volver a casa.
Ya fuera, la pesadez del aire y la tensión del ambiente le pusieron en alerta. Su oído captó unos gemidos amortiguados. 'Han vuelto'. Echó un vistazo a la amenazante penumbra del pasillo y inició el camino de vuelta. Los sonidos que antes identificó como gemidos poco a poco se volvían gruñidos guturales emergiendo de la boca de alguna de esas criaturas, engendros que estaban reclamando la carne y la sangre que todavía le corría por las venas. A cada paso que daba, el latido de su corazón desbocado le ponía más y más nervioso, y al fin, dominado por un arranque de pánico, dejó que la adrenalina fluyera a través de su cuerpo y enfiló el pasillo con grandes zancadas. Tropezando con sus propios pasos, entró en el refugio y cerró la puerta. Con la espalda apoyada en ella, se fue deslizando hasta dejarse caer en el suelo. Contuvo el aliento para poder escuchar mejor. Los pasos y los gruñidos de las criaturas estaban cerca. Demasiado cerca.
Acarició la pistola con la mano para tranquilizarse. El tacto le hizo recordar de nuevo la fiesta, volvió a ver a Chie y ahora le miraba con preocupación. Rememoró cuando le entregó el arma que luego le salvaría la vida. Ni esa fiesta existió, ni Kenny —fuera quien fuera — estuvo en ese lugar, y Benzido no era más que un cuerpo cuyas entrañas habían sido devoradas y arrancadas a mordiscos. El ruido cesó, sólo se oía el tenso silencio que siempre reinaba en el bloque.
Todavía estuvo varios minutos escuchando, y únicamente cuando el corazón volvió a latir con normalidad, supo que había logrado sobrevivir otro día más y que saciaría el apetito a base de galletas de jengibre.
DÍA 7Por primera vez desde que empezó todo no se despertó con la urgencia del hambre, ni la sensación de estar ahogándose en una piscina de arena. Fue la sensación de tener los pies helados. Sentía frío en todo su cuerpo y tenía el vello de los brazos erizado. Acarició la idea de ponerse calzado, algo que desechó al momento, ya que sabía que el ruido de pasos alertaría a esas criaturas, y sus opciones para sobrevivir pasaban por no ser visto, pero sobre todo, por no ser oído. De nuevo tenía que salir al pasillo, y esta vez había decidido volver al mismo sitio que el día antes, aunque no sabía por qué. Mientras rumiaba, un detalle que hasta entonces se le escapó había empezado a llamarle la atención: El silencio había cambiado, no notaba esa tensión que precedía al peligro. Era el primer silencio verdadero que era capaz de recordar en mucho tiempo y luchó para contener la tentación de sentarse a respirar y quién sabe si a llorar un poco y sollozar tranquilamente.
Una vez fuera del refugio, de camino a su objetivo, algo captó de nuevo su atención al fondo del pasillo. Resistió la tentación de encender la linterna para alumbrar, y echó a andar para ver qué era. Se agachó y recogió el objeto, recorriendo el contorno con la punta de los dedos tratando de identificarlo. Era una estrella de cinco puntas, sabía que era algo que había visto mucho tiempo atrás, estaba seguro, pero era incapaz de ubicarlo en un contexto concreto. Tampoco veía de qué le podía servir, pero decidió guardarlo en la mochila de todos modos. Reanudó de nuevo el paso. Sus ojos escrutaban el camino cuando un destello refulgió. En un acto reflejó alzó la mano para protegerse la vista, perdida ya la costumbre de vivir bajo la luz del sol, y con la otra tomó la mochila para buscar la pistola. El destello se repitió otra vez, y mientras estaba inmóvil debatiéndose entre huir o apuntar con el arma, el foco del resplandor se fijó: un aplique sobre una puerta quedó encendido.
Se acercó lentamente. Era el piso 201, el mismo piso de las galletas y el sitio al que quería volver. Frente a la puerta, el número en tres piezas de latón parecía nuevo y recién pulido, y justo debajo, colgaba una corona de ramas de muérdago decorada con pequeños copos de nieve y campanas. A pesar de sentir la lengua hinchada y seca, tragó saliva. Acercó la mano para accionar el pomo pero en el último instante la apartó. En vez de eso, golpeó suavemente la puerta con los nudillos. No entendía la razón de ese gesto, pero no le dio tiempo a encontrarla. Un 'clic' rompió la cavilación y la puerta se entreabrió un poco. Dudó durante una fracción de segundo si entrar o no, pero le pudo la curiosidad. Era el mismo sitio, de eso estaba seguro, pero parecía nuevo, por estrenar. Los muebles colocados con gusto, las sillas de pie, el sofá sin una mota de polvo. Encima de la mesa había platos relucientes, vasos y una botella recién abierta. Y al fondo, un árbol de un verde tan intenso como no era capaz de recordar, tan frondoso que le dio la sensación que podría vivir en él escondido. Oyó un ruido y giró la cabeza. Provenía de la cocina. Advirtió una figura borrosa que se movía por dentro como si estuviera atareada, pero antes de que pudiera pensar, hacer, o tan siquiera decir nada, ese alguien salió a recibirle.
—¡Chie! —dijo sorprendido.
Se percató de que su voz había sonado distinta. Se palpó con los dedos la cara y notó el tacto de las mejillas. El trozo de ropa con el que se protegía del olor, el polvo y bajo el que ocultaba sus miedos ya no estaba. Y otra cosa más, sentía los pies mullidos y calientes. Bajó la vista y vio que llevaba zapatos puestos, incluso unos bonitos calcetines decorados con renos.
—Feliz Navidad. —dijo Chie sonriendo. El suave y delicado tono de voz le envolvió como el calor de una manta—. Enseguida comeremos algo, siéntate, por favor.
La obedeció y se dirigió al sofá. Se dejó caer como si fuera el tronco de un árbol que acaban de cortar. Aspiró el aire limpio y llenó sus pulmones hasta que ya no podían expandirse más y se sintió embriagado por el confort y el calor. "Quizá todo esto es porque en realidad estoy muriendo" reflexionó fugazmente.
Chie pasó por detrás suyo y tomó de la mesa las dos copas y la botella. Se sentó a su lado y dejó lo que había traído en una pequeña mesa de centro que había frente a ellos.
—Felicítame, anda —le dijo mientras sus brillantes ojos negros se clavaban en él.
—¿Perdón?
—Que me felicites las navidades, tonto. ¿No recuerdas ya tus modales? —le recriminó.
—Creo que más bien no recuerdo que es la Navidad. No recuerdo muchas cosas en general.
—¿No la recuerdas? ¿Nada?
—No...
—¿Y a mí, me recuerdas? ¿Sabes quién soy?
—Eres Chie. O una alucinación con ese nombre — dijo sarcásticamente.
— Tonto — espetó ligeramente ofendida —. No me refería a eso.
—¿Entonces?
—¿Sabes quién era yo antes? ¿Cuál era nuestra relación antes de todo esto?
Quiso hacer el esfuerzo de recordar pero sabía la respuesta de antemano. Todo lo relacionado con el pasado se difuminaba en imágenes fijas, flashes, retales de sueños y suposiciones al respecto. Su único recuerdo verdaderamente sólido empezaba despertándose en esa habitación extraña un día, sin más, sin otra razón aparente.
—Sé que algo me une a ti —fue su respuesta tras unos segundos de cavilación aparente—. Sé que es un lazo fuerte, pero es una percepción, no un recuerdo concreto y claro — bajó la vista apesadumbrado—. ¿Sabes? A veces veo objetos, o cuadros, o fotos, o trozos de periódicos que demuestran que hubo algo antes de todo esta pesadilla, y también una guerra o un desastre que terminó con todo. Pero lo que fue mi vida o quien soy me resulta un misterio.
Chie sonrió. Tomó una copa de la mesita y se la entregó. Luego la llenó de un líquido dorado y espumoso. El olor asaltó violentamente sus fosas nasales.
—Toma, brindemos.
Llenó la otra copa y la alzó. Él hizo lo mismo alzando la suya y Chie las hizo chocar suavemente.
—Por la Navidad y los momentos especiales —enunció solemnemente.
Luego, ambos bebieron de sus copas. Notó como la garganta recibía el líquido con un breve cosquilleo y un ligero ardor que, poco a poco, se fue transformando en un calor agradable que llenó todo su cuerpo por completo.
—La Navidad —empezó a decir ella— nunca te gustó.
Él frunció el ceño y quiso decir algo, pero Chie prosiguió.
—Las familias y los amigos se juntan, brindan, comen y beben. Comparten y disfrutan la alegría de poder gozar los unos de los otros, y se regalan cosas mutuamente para demostrar cariño.
—¿Yo odiaba eso? —dijo con los ojos abiertos de par en par.
— Si, la odiabas. Lo considerabas algo hipócrita que poco o nada te aportaba, rehuías esas reuniones o si asistías a una, lo hacías con desgana.
—Vaya, ¿estamos en Navidad entonces?
—Sólo si tu deseas que lo sea. —Su rostro dibujó una sonrisa amplia y llena de felicidad.
—Feliz Navidad, Chie.
Y entonces, se acordó de sonreír. Los músculos faciales parecían protestar al estirarse para completar el gesto, y se sintió extraño, como si fuera la primera vez en la vida que mostrara esa emoción.
Chie le tomó la mano y la apretó suavemente.
—¿Tienes hambre? —le preguntó entonces.
—¡Claro! ¡Siempre tengo hambre!
—Pues cenemos hasta saciarnos, y celebremos que estamos juntos.
Se dirigieron a la mesa y se sentaron el uno al frente del otro. La cena transcurríó sin palabras, en un agradable y cómodo silencio. Parecía que decir algo en ese momento era romper la magia que flotaba en el ambiente, pero a pesar de todo, por dentro le quemaba el recuerdo de la alucinación de la fiesta. 'Quizá lo que sucede en realidad es que he muerto. Seguro que por inanición', pensó con tristeza. Al terminar de comer, Chie se levantó.
—Voy a buscar el postre.
Se dirigió a la cocina y al poco se escuchó una especie de imprecación y el sonido de cajones y armarios. Chie salió al umbral poco después con cara de decepción.
—Lo siento, pero nos quedamos sin el postre. Te quería traer unas galletas de jengibre y...
—¿Eh? —le interrumpió—, ¿Jengibre? ¿Unas galletas redondas en una caja de cartón?
—Si... ¿Cómo lo sabes? —respondió extrañada.
—Ayer estuve aquí... Bueno, estuve en este piso, o eso creo. Ya no sé qué pensar —exhaló un largo suspiro antes de seguir—. Encontré una caja de galletas en la mesa y me la llevé porque no tenía nada más para comer.
—No te las comerías todas, ¿verdad?
—No, pero... —dudó unos segundos y decidió probar suerte— ¿Mi mochila, la has visto?
—Está al lado de la puerta —dijo mientras apuntaba con el dedo.
Se dirigió ahí y la vio justo dónde le señalaba. La tomó entre sus manos y abrió la cremallera, sacando la caja con aire triunfal. Chie suspiró aliviada. La llevó a la mesa y se volvieron a sentar los dos en su sitio. Ambos disfrutaron del postre con amplias sonrisas dibujadas en sus caras. Al terminar de nuevo, Chie se levantó y rodeó la mesa hasta situarse a su lado. Le tomó suavemente de la mano.
—Ven, por favor.
Él se dejó llevar y se dirigieron al árbol.
—Toma esa caja del suelo —Le dijo.
—Ábrela —ordenó con dulzura cuando la tuvo entre las manos, dentro había un montón de bolas de colores y guirnaldas — Ahora, ayúdame a decorar el árbol.
Ambos empezaron a sacar los adornos y los fueron colocando en las ramas.
—En Navidad se decora el árbol en familia o con la gente que aprecias. Otra costumbre que odiabas.
—Chie, dime una cosa. Me estoy muriendo, ¿verdad? —espetó agriamente atosigado por la duda.
—No, no te estás muriendo —dijo con gesto serio.
—Entonces es que voy a morir pronto, ¿a que sí?
—No si tú no quieres.
—¿Cómo si yo no quiero? Esto es una alucinación, lo sé. Lo mismo que la fiesta de la 203, luego todo se desvanecerá y volverá el infierno, esas criaturas intentarán devorarme de nuevo y volveré a estar sólo, a pasar hambre y sed. Tú no eres más que un delirio, me estoy volviendo loco, o peor aún, me estoy muriendo en algún rincón de este puñetero bloque — inquirió desesperado.
—No vas a morir si tú no quieres.
—Esto no es como la Navidad, ¿sabes? —respondió agriamente.
—Las respuestas que estás buscando dependen de tu supervivencia. Si quieres obtenerlas,
sobrevivirás.
Abrió la boca para responder pero las palabras no salían. Era como si la evidencia de esa afirmación fuera tan absoluta, que cualquier intento de rebatirla fuera bloqueado por su mente automáticamente.
—Ya sé que es una mierda todo, que vivir ahí fuera es como estar en una pesadilla que no parece tener fin, pero si quieres obtener respuestas debes salir adelante, y sé que puedes hacerlo.
—Crees mucho en mis posibilidades entonces —comentó amargamente.
—Yo no debo creer en ti, eres tu quien debes hacerlo. Ahora déjate de absurdos existencialismos y terminemos de decorar el abeto. Hay que coronarlo con una estrella.
—Espera, ¿buscas esto? — le preguntó mientras sacaba la estrella que había encontrado en el pasillo antes de entrar.
—¡Sí! ¿La puedes colocar tu?
—Por supuesto...
Se puso de puntillas y con torpeza coronó el árbol con la estrella. Chie se pegó a su lado y le tomó de la mano, apretándosela con dulzura.
—Y ahora, mi regalo — dijo mientras desabrochaba algo de su cuello y lo escondía en la mano —. Para ti.
—No era necesario... Gracias —le dijo él con una sonrisa que mostraba todos sus dientes—. ¿Qué es esa llave? —preguntó al ver que colgaba una de la cadena que le acababa de dar.
—¿Sería mucha casualidad si tuvieras una rama de muérdago? —dijo ignorando la pregunta previa.
Sin más, él se dio la vuelta y fue a la mesa, tomó la caja de galletas y metió la mano dentro.
—Toma —le dijo volviendo de nuevo.
—Es tradición que cuando estás debajo de una rama de muérdago —decía mientras alzaba el brazo sobre sus cabezas— con otra persona, le tienes que dar un beso.
Y casi sin esperar a finalizar la frase, se acercó y le dio un beso en los labios con ternura y delicadeza.
DÍA 8El hambre lo sacó del sueño. Estaba tumbado, notaba los miembros atenazados y la boca reseca y pegajosa. Sintió la presencia de la mascarilla cubriéndole media cara y los pies de nuevo desnudos y vulnerables. Dejó que la rabia fluyera y gritó quedamente mientras pataleaba como un niño. Los recuerdos de la cena y de Chie todavía estaban frescos. "¿Hasta cuándo va a durar esta mierda?", pensó desesperado. Respiró profundamente y trató de calmarse. Se levantó y dio unos pasos hasta la mochila, pensando que si comía algo primero, luego podría pensar con calma. Recordó la caja y las galletas. Abrió la cremallera y empezó a buscar, pero dentro no había nada, ni rastro de las galletas. Confuso y desesperado, metió la mano en la mochila de nuevo y sacó la pistola. El tacto frío y metálico del arma le pareció lo único real a su alrededor. "Acabemos con esta mierda de una vez". Quitó el seguro, la amartilló y acto seguido apretó el cañón contra la sien derecha. Las lágrimas empapaban la mascarilla mientras luchaba para que el dedo apretara el gatillo entre temblores. Desistió tras descubrir que se avergonzaba de su propio miedo y recordó que siempre que llegaba a este punto le pasaba lo mismo, sintiendo más vergüenza todavía. Volvió a guardar el arma de nuevo y se sentó en el suelo, con las rodillas dobladas y los brazos por encima, llorando entre sollozos y gemidos.
Estando en esa postura notó que algo se le clavaba en la pierna, algo ligeramente punzante. Sorbió por la nariz con fuerza y metió la mano en el bolsillo del pantalón. Empezó a sacar una cadena que emitió un apagado reflejo dorado en la penumbra, y al final de la misma, apareció una llave. La sostuvo a la altura de los ojos mientras acercaba la linterna con la otra mano, la encendía y apuntaba el haz de luz. Había algo grabado en el cuerpo de la llave. Puerta Escalera 1F. Se sobresaltó entre sorprendido y alucinado, y empezó a reírse nerviosamente. "Esto es de locos", pensaba, "es de verdaderos zumbados". Guardó la llave de nuevo, se levantó, comprobó que en la mochila tenía los objetos necesarios y se preparó para salir al pasillo de nuevo.
Detrás de la puerta, el silencio.
Leer noticia original en Anaitgames (http://www.anaitgames.com/noticias/ganador-del-i-certamen-literario-navideno-de-anaitgames)
Concursantes y concursantas, tras largas horas de deliberación el Departamento de Literatos Poderosos ha dictaminado un ganador para el I Certamen Literario Navideño de AnaitGames. Los relatos que nos han llegado han sido muchos y unos cuantos venían con matasellos de lugares lejanos. Vuestros cuentos y poemas -que los ha habido y bien bonitos- han abarcado muchos temas: algunos dramáticos bien llevados, mucho Mario -nintenderos, os esperábamos con alegría-, unos pocos cómicos que nos han hecho reír entre algo y bastante -en ocasiones mucho- y hasta prosa oscura que ahondaba en navidades oscuras y jodidas.
No podemos daros un Slowpoke a todos porque sería muy cansado -está hecho a mano- pero no queremos anunciar a nuestro ganador sin daros las gracias por haber escrito y mandaros a todos un beso grande y un abrazo lleno de amor magnífico, porque un concurso sin participantes sería algo muy raro. De verdad. Pensadlo.
Por ello, en breve habilitaremos un espacio en el foro para que todo el que quiera postear su participación pueda hacerlo voluntariamente. Cuando esté el hilo operativo, simplemente copiad ahí vuestra aportación y ya nos ocupamos nosotros de ir ordenándolos todos en el primer post para que sea fácil de leer.
Y sin más dilación, el ganador del I Certamen Literario Navideño de AnaitGames es...
@hallenbeck por Lone Survivor: Christmas DLC
http://www.anaitgames.com/images/uploads/2013/01/cabecera ganador.JPG
DÍA 6Se despertó con la sensación de haber dormido durante una semana entera, acuciado por el hambre y la sed. Sus ojos escrutaron la penumbra y los recovecos del cuarto, muebles familiares y objetos que reconoció con la mirada a pesar de que no eran de su propiedad. Después de un leve suspiro de resignación, se recostó y apoyó los pies desnudos en el frío suelo. Tomó impulso, se puso de pie y abrió los brazos para desperezarse y bostezar con la boca obscenamente abierta. Notó como la tela de la mascarilla que le cubría la parte baja de la cara absorbía la tibia humedad de su aliento. Fue hasta una mochila azul y desvencijada que había en el suelo, en un rincón, y la tomó con ambas manos, palpando todos los objetos que contenía antes de echársela a la espalda. Un ruido gutural proveniente de su vientre le recordó que lo único que se llevó a la boca el día anterior fue una bolsa de patatas rancias, lo único que encontró comestible en una de las incursiones que hacía en pisos vecinos para poder sobrevivir. Era hora de salir al pasillo.
Cada vez que tenía que hacerlo quería gritar y llorar de puro miedo, pero si algo había entendido es que en su situación ese era precisamente su mejor aliado. El miedo le hacía ser prudente y tener cuidado. Al abrir la puerta de salida le sobrevino una oleada de hedor a muerte, a suciedad acumulada y a abandono, pero también había empezado a aceptar eso como parte de la situación. Echó un vistazo rápido a ambos lados para asegurarse que todo estaba despejado. Dio unos pasos y cruzó otra puerta, pasando por el corredor dónde estaba la escalera de acceso al piso de abajo, que permanecía cerrada con llave. Avanzaba lentamente, pegado a la pared y haciendo el menor ruido posible, casi sin levantar los pies del suelo. Volvió a pararse para sacar de la mochila un revolver que metió en el cinturón del pantalón para tenerlo cerca. El contacto con el metal del arma le hizo venir a la mente una sugerente melodía que había escuchado dos días antes. "¿Fue hace dos días? No estoy seguro. El tiempo transcurre ahora de un modo que me resulta difícil entender".
Pensó en Chie, en la imagen de su cara, sus facciones, su pelo. La urgencia de volver a verla se dibujó a la misma velocidad que el recuerdo le venía a la mente. La melodía que sonaba en su cabeza le trasladó a la surrealista alucinación de la fiesta. Kenny con un vaso en la mano, Benzido también. Ambos, como si el apocalipsis no fuera con ellos, como si todo en realidad fuera una gran broma pesada. Al llegar a su destino se detuvo en seco y prestó atención unos segundos. No se oía nada. Giró el pomo de una puerta, entró y cerró. Tomó una bocanada de aire a través de la mascarilla, recordando como estuvo en este mismo lugar hacía unos días, sin encontrar nada interesante. Había decidido darle una segunda oportunidad, no sabía muy bien porqué. Sacó la linterna de la mochila y la encendió. El polvo flotaba inane mientras el haz de luz lo atravesaba, parecía como si hiciera siglos desde la última vez que alguien vivió ahí. Avanzó directo a la cocina para empezar de nuevo a buscar. El hambre ya casi le acuciaba tanto como el miedo. Empezó a abrir cajones y armarios. Pasó de largo de la nevera, ya sabía que no había nada y además olía fatal. Fue al resto de habitaciones. Nada. Ni comida, ni agua. El desespero le acechaba por momentos y su respiración se aceleraba. El hambre a veces era peor que el miedo. 'El miedo pasa sólo, el hambre no', pensaba.
Fue al salón y rodeó un sofá desvencijado mientras apuntaba con la linterna a los armarios abiertos de par en par. Polvo y más polvo, nada más. Maldijo en silencio y decidió apagar la luz para ahorrar batería. Recogió una silla del suelo y se sentó frente a la mesa. Con un gesto descuidado pasó la mano por su pelo sucio y alborotado. Se percató entonces de que había algo encima del mueble, algo que parecía una caja, pero no recordaba haberla visto la otra vez. 'También se me pudo haber pasado', se dijo. Estiró el brazo para alcanzarla y acto seguido supo que había algo dentro. Retiró la tapa y un olor dulzón atravesó la mascarilla penetrando sus fosas nasales. Le faltó poco para ponerse a babear como un perro rabioso. Galletas, eran galletas redondas. Galletas redondas y de jengibre. E indudablemente, estaban en buen estado.
Otro detalle le llamó la atención. Encima de las galletas había algo, pero no sabía muy bien qué. Lo tomó con delicadeza entre sus dedos y lo acercó a la vista. Entre la penumbra pudo ver que era una ramita de muérdago. Le llegó el olor, como si estuviera recién cortado. Imágenes de gente sonriendo a su alrededor sentados en una mesa le asaltaron inmediatamente, le vinieron a la mente sonidos de campanillas y ritmos que identificó mentalmente como algo festivo y familiar. De repente echó de menos algo: Se sentía melancólico. Acercó el tallo a la nariz y la colocó debajo para aspirar profundamente el aroma, y justo entonces notó en sus labios el roce suave y dulce de un beso. O mejor dicho, el recuerdo de un beso. Metió de nuevo la rama en la caja con las galletas, la guardó en la mochila y decidió que ya era hora de volver a casa.
Ya fuera, la pesadez del aire y la tensión del ambiente le pusieron en alerta. Su oído captó unos gemidos amortiguados. 'Han vuelto'. Echó un vistazo a la amenazante penumbra del pasillo y inició el camino de vuelta. Los sonidos que antes identificó como gemidos poco a poco se volvían gruñidos guturales emergiendo de la boca de alguna de esas criaturas, engendros que estaban reclamando la carne y la sangre que todavía le corría por las venas. A cada paso que daba, el latido de su corazón desbocado le ponía más y más nervioso, y al fin, dominado por un arranque de pánico, dejó que la adrenalina fluyera a través de su cuerpo y enfiló el pasillo con grandes zancadas. Tropezando con sus propios pasos, entró en el refugio y cerró la puerta. Con la espalda apoyada en ella, se fue deslizando hasta dejarse caer en el suelo. Contuvo el aliento para poder escuchar mejor. Los pasos y los gruñidos de las criaturas estaban cerca. Demasiado cerca.
Acarició la pistola con la mano para tranquilizarse. El tacto le hizo recordar de nuevo la fiesta, volvió a ver a Chie y ahora le miraba con preocupación. Rememoró cuando le entregó el arma que luego le salvaría la vida. Ni esa fiesta existió, ni Kenny —fuera quien fuera — estuvo en ese lugar, y Benzido no era más que un cuerpo cuyas entrañas habían sido devoradas y arrancadas a mordiscos. El ruido cesó, sólo se oía el tenso silencio que siempre reinaba en el bloque.
Todavía estuvo varios minutos escuchando, y únicamente cuando el corazón volvió a latir con normalidad, supo que había logrado sobrevivir otro día más y que saciaría el apetito a base de galletas de jengibre.
DÍA 7Por primera vez desde que empezó todo no se despertó con la urgencia del hambre, ni la sensación de estar ahogándose en una piscina de arena. Fue la sensación de tener los pies helados. Sentía frío en todo su cuerpo y tenía el vello de los brazos erizado. Acarició la idea de ponerse calzado, algo que desechó al momento, ya que sabía que el ruido de pasos alertaría a esas criaturas, y sus opciones para sobrevivir pasaban por no ser visto, pero sobre todo, por no ser oído. De nuevo tenía que salir al pasillo, y esta vez había decidido volver al mismo sitio que el día antes, aunque no sabía por qué. Mientras rumiaba, un detalle que hasta entonces se le escapó había empezado a llamarle la atención: El silencio había cambiado, no notaba esa tensión que precedía al peligro. Era el primer silencio verdadero que era capaz de recordar en mucho tiempo y luchó para contener la tentación de sentarse a respirar y quién sabe si a llorar un poco y sollozar tranquilamente.
Una vez fuera del refugio, de camino a su objetivo, algo captó de nuevo su atención al fondo del pasillo. Resistió la tentación de encender la linterna para alumbrar, y echó a andar para ver qué era. Se agachó y recogió el objeto, recorriendo el contorno con la punta de los dedos tratando de identificarlo. Era una estrella de cinco puntas, sabía que era algo que había visto mucho tiempo atrás, estaba seguro, pero era incapaz de ubicarlo en un contexto concreto. Tampoco veía de qué le podía servir, pero decidió guardarlo en la mochila de todos modos. Reanudó de nuevo el paso. Sus ojos escrutaban el camino cuando un destello refulgió. En un acto reflejó alzó la mano para protegerse la vista, perdida ya la costumbre de vivir bajo la luz del sol, y con la otra tomó la mochila para buscar la pistola. El destello se repitió otra vez, y mientras estaba inmóvil debatiéndose entre huir o apuntar con el arma, el foco del resplandor se fijó: un aplique sobre una puerta quedó encendido.
Se acercó lentamente. Era el piso 201, el mismo piso de las galletas y el sitio al que quería volver. Frente a la puerta, el número en tres piezas de latón parecía nuevo y recién pulido, y justo debajo, colgaba una corona de ramas de muérdago decorada con pequeños copos de nieve y campanas. A pesar de sentir la lengua hinchada y seca, tragó saliva. Acercó la mano para accionar el pomo pero en el último instante la apartó. En vez de eso, golpeó suavemente la puerta con los nudillos. No entendía la razón de ese gesto, pero no le dio tiempo a encontrarla. Un 'clic' rompió la cavilación y la puerta se entreabrió un poco. Dudó durante una fracción de segundo si entrar o no, pero le pudo la curiosidad. Era el mismo sitio, de eso estaba seguro, pero parecía nuevo, por estrenar. Los muebles colocados con gusto, las sillas de pie, el sofá sin una mota de polvo. Encima de la mesa había platos relucientes, vasos y una botella recién abierta. Y al fondo, un árbol de un verde tan intenso como no era capaz de recordar, tan frondoso que le dio la sensación que podría vivir en él escondido. Oyó un ruido y giró la cabeza. Provenía de la cocina. Advirtió una figura borrosa que se movía por dentro como si estuviera atareada, pero antes de que pudiera pensar, hacer, o tan siquiera decir nada, ese alguien salió a recibirle.
—¡Chie! —dijo sorprendido.
Se percató de que su voz había sonado distinta. Se palpó con los dedos la cara y notó el tacto de las mejillas. El trozo de ropa con el que se protegía del olor, el polvo y bajo el que ocultaba sus miedos ya no estaba. Y otra cosa más, sentía los pies mullidos y calientes. Bajó la vista y vio que llevaba zapatos puestos, incluso unos bonitos calcetines decorados con renos.
—Feliz Navidad. —dijo Chie sonriendo. El suave y delicado tono de voz le envolvió como el calor de una manta—. Enseguida comeremos algo, siéntate, por favor.
La obedeció y se dirigió al sofá. Se dejó caer como si fuera el tronco de un árbol que acaban de cortar. Aspiró el aire limpio y llenó sus pulmones hasta que ya no podían expandirse más y se sintió embriagado por el confort y el calor. "Quizá todo esto es porque en realidad estoy muriendo" reflexionó fugazmente.
Chie pasó por detrás suyo y tomó de la mesa las dos copas y la botella. Se sentó a su lado y dejó lo que había traído en una pequeña mesa de centro que había frente a ellos.
—Felicítame, anda —le dijo mientras sus brillantes ojos negros se clavaban en él.
—¿Perdón?
—Que me felicites las navidades, tonto. ¿No recuerdas ya tus modales? —le recriminó.
—Creo que más bien no recuerdo que es la Navidad. No recuerdo muchas cosas en general.
—¿No la recuerdas? ¿Nada?
—No...
—¿Y a mí, me recuerdas? ¿Sabes quién soy?
—Eres Chie. O una alucinación con ese nombre — dijo sarcásticamente.
— Tonto — espetó ligeramente ofendida —. No me refería a eso.
—¿Entonces?
—¿Sabes quién era yo antes? ¿Cuál era nuestra relación antes de todo esto?
Quiso hacer el esfuerzo de recordar pero sabía la respuesta de antemano. Todo lo relacionado con el pasado se difuminaba en imágenes fijas, flashes, retales de sueños y suposiciones al respecto. Su único recuerdo verdaderamente sólido empezaba despertándose en esa habitación extraña un día, sin más, sin otra razón aparente.
—Sé que algo me une a ti —fue su respuesta tras unos segundos de cavilación aparente—. Sé que es un lazo fuerte, pero es una percepción, no un recuerdo concreto y claro — bajó la vista apesadumbrado—. ¿Sabes? A veces veo objetos, o cuadros, o fotos, o trozos de periódicos que demuestran que hubo algo antes de todo esta pesadilla, y también una guerra o un desastre que terminó con todo. Pero lo que fue mi vida o quien soy me resulta un misterio.
Chie sonrió. Tomó una copa de la mesita y se la entregó. Luego la llenó de un líquido dorado y espumoso. El olor asaltó violentamente sus fosas nasales.
—Toma, brindemos.
Llenó la otra copa y la alzó. Él hizo lo mismo alzando la suya y Chie las hizo chocar suavemente.
—Por la Navidad y los momentos especiales —enunció solemnemente.
Luego, ambos bebieron de sus copas. Notó como la garganta recibía el líquido con un breve cosquilleo y un ligero ardor que, poco a poco, se fue transformando en un calor agradable que llenó todo su cuerpo por completo.
—La Navidad —empezó a decir ella— nunca te gustó.
Él frunció el ceño y quiso decir algo, pero Chie prosiguió.
—Las familias y los amigos se juntan, brindan, comen y beben. Comparten y disfrutan la alegría de poder gozar los unos de los otros, y se regalan cosas mutuamente para demostrar cariño.
—¿Yo odiaba eso? —dijo con los ojos abiertos de par en par.
— Si, la odiabas. Lo considerabas algo hipócrita que poco o nada te aportaba, rehuías esas reuniones o si asistías a una, lo hacías con desgana.
—Vaya, ¿estamos en Navidad entonces?
—Sólo si tu deseas que lo sea. —Su rostro dibujó una sonrisa amplia y llena de felicidad.
—Feliz Navidad, Chie.
Y entonces, se acordó de sonreír. Los músculos faciales parecían protestar al estirarse para completar el gesto, y se sintió extraño, como si fuera la primera vez en la vida que mostrara esa emoción.
Chie le tomó la mano y la apretó suavemente.
—¿Tienes hambre? —le preguntó entonces.
—¡Claro! ¡Siempre tengo hambre!
—Pues cenemos hasta saciarnos, y celebremos que estamos juntos.
Se dirigieron a la mesa y se sentaron el uno al frente del otro. La cena transcurríó sin palabras, en un agradable y cómodo silencio. Parecía que decir algo en ese momento era romper la magia que flotaba en el ambiente, pero a pesar de todo, por dentro le quemaba el recuerdo de la alucinación de la fiesta. 'Quizá lo que sucede en realidad es que he muerto. Seguro que por inanición', pensó con tristeza. Al terminar de comer, Chie se levantó.
—Voy a buscar el postre.
Se dirigió a la cocina y al poco se escuchó una especie de imprecación y el sonido de cajones y armarios. Chie salió al umbral poco después con cara de decepción.
—Lo siento, pero nos quedamos sin el postre. Te quería traer unas galletas de jengibre y...
—¿Eh? —le interrumpió—, ¿Jengibre? ¿Unas galletas redondas en una caja de cartón?
—Si... ¿Cómo lo sabes? —respondió extrañada.
—Ayer estuve aquí... Bueno, estuve en este piso, o eso creo. Ya no sé qué pensar —exhaló un largo suspiro antes de seguir—. Encontré una caja de galletas en la mesa y me la llevé porque no tenía nada más para comer.
—No te las comerías todas, ¿verdad?
—No, pero... —dudó unos segundos y decidió probar suerte— ¿Mi mochila, la has visto?
—Está al lado de la puerta —dijo mientras apuntaba con el dedo.
Se dirigió ahí y la vio justo dónde le señalaba. La tomó entre sus manos y abrió la cremallera, sacando la caja con aire triunfal. Chie suspiró aliviada. La llevó a la mesa y se volvieron a sentar los dos en su sitio. Ambos disfrutaron del postre con amplias sonrisas dibujadas en sus caras. Al terminar de nuevo, Chie se levantó y rodeó la mesa hasta situarse a su lado. Le tomó suavemente de la mano.
—Ven, por favor.
Él se dejó llevar y se dirigieron al árbol.
—Toma esa caja del suelo —Le dijo.
—Ábrela —ordenó con dulzura cuando la tuvo entre las manos, dentro había un montón de bolas de colores y guirnaldas — Ahora, ayúdame a decorar el árbol.
Ambos empezaron a sacar los adornos y los fueron colocando en las ramas.
—En Navidad se decora el árbol en familia o con la gente que aprecias. Otra costumbre que odiabas.
—Chie, dime una cosa. Me estoy muriendo, ¿verdad? —espetó agriamente atosigado por la duda.
—No, no te estás muriendo —dijo con gesto serio.
—Entonces es que voy a morir pronto, ¿a que sí?
—No si tú no quieres.
—¿Cómo si yo no quiero? Esto es una alucinación, lo sé. Lo mismo que la fiesta de la 203, luego todo se desvanecerá y volverá el infierno, esas criaturas intentarán devorarme de nuevo y volveré a estar sólo, a pasar hambre y sed. Tú no eres más que un delirio, me estoy volviendo loco, o peor aún, me estoy muriendo en algún rincón de este puñetero bloque — inquirió desesperado.
—No vas a morir si tú no quieres.
—Esto no es como la Navidad, ¿sabes? —respondió agriamente.
—Las respuestas que estás buscando dependen de tu supervivencia. Si quieres obtenerlas,
sobrevivirás.
Abrió la boca para responder pero las palabras no salían. Era como si la evidencia de esa afirmación fuera tan absoluta, que cualquier intento de rebatirla fuera bloqueado por su mente automáticamente.
—Ya sé que es una mierda todo, que vivir ahí fuera es como estar en una pesadilla que no parece tener fin, pero si quieres obtener respuestas debes salir adelante, y sé que puedes hacerlo.
—Crees mucho en mis posibilidades entonces —comentó amargamente.
—Yo no debo creer en ti, eres tu quien debes hacerlo. Ahora déjate de absurdos existencialismos y terminemos de decorar el abeto. Hay que coronarlo con una estrella.
—Espera, ¿buscas esto? — le preguntó mientras sacaba la estrella que había encontrado en el pasillo antes de entrar.
—¡Sí! ¿La puedes colocar tu?
—Por supuesto...
Se puso de puntillas y con torpeza coronó el árbol con la estrella. Chie se pegó a su lado y le tomó de la mano, apretándosela con dulzura.
—Y ahora, mi regalo — dijo mientras desabrochaba algo de su cuello y lo escondía en la mano —. Para ti.
—No era necesario... Gracias —le dijo él con una sonrisa que mostraba todos sus dientes—. ¿Qué es esa llave? —preguntó al ver que colgaba una de la cadena que le acababa de dar.
—¿Sería mucha casualidad si tuvieras una rama de muérdago? —dijo ignorando la pregunta previa.
Sin más, él se dio la vuelta y fue a la mesa, tomó la caja de galletas y metió la mano dentro.
—Toma —le dijo volviendo de nuevo.
—Es tradición que cuando estás debajo de una rama de muérdago —decía mientras alzaba el brazo sobre sus cabezas— con otra persona, le tienes que dar un beso.
Y casi sin esperar a finalizar la frase, se acercó y le dio un beso en los labios con ternura y delicadeza.
DÍA 8El hambre lo sacó del sueño. Estaba tumbado, notaba los miembros atenazados y la boca reseca y pegajosa. Sintió la presencia de la mascarilla cubriéndole media cara y los pies de nuevo desnudos y vulnerables. Dejó que la rabia fluyera y gritó quedamente mientras pataleaba como un niño. Los recuerdos de la cena y de Chie todavía estaban frescos. "¿Hasta cuándo va a durar esta mierda?", pensó desesperado. Respiró profundamente y trató de calmarse. Se levantó y dio unos pasos hasta la mochila, pensando que si comía algo primero, luego podría pensar con calma. Recordó la caja y las galletas. Abrió la cremallera y empezó a buscar, pero dentro no había nada, ni rastro de las galletas. Confuso y desesperado, metió la mano en la mochila de nuevo y sacó la pistola. El tacto frío y metálico del arma le pareció lo único real a su alrededor. "Acabemos con esta mierda de una vez". Quitó el seguro, la amartilló y acto seguido apretó el cañón contra la sien derecha. Las lágrimas empapaban la mascarilla mientras luchaba para que el dedo apretara el gatillo entre temblores. Desistió tras descubrir que se avergonzaba de su propio miedo y recordó que siempre que llegaba a este punto le pasaba lo mismo, sintiendo más vergüenza todavía. Volvió a guardar el arma de nuevo y se sentó en el suelo, con las rodillas dobladas y los brazos por encima, llorando entre sollozos y gemidos.
Estando en esa postura notó que algo se le clavaba en la pierna, algo ligeramente punzante. Sorbió por la nariz con fuerza y metió la mano en el bolsillo del pantalón. Empezó a sacar una cadena que emitió un apagado reflejo dorado en la penumbra, y al final de la misma, apareció una llave. La sostuvo a la altura de los ojos mientras acercaba la linterna con la otra mano, la encendía y apuntaba el haz de luz. Había algo grabado en el cuerpo de la llave. Puerta Escalera 1F. Se sobresaltó entre sorprendido y alucinado, y empezó a reírse nerviosamente. "Esto es de locos", pensaba, "es de verdaderos zumbados". Guardó la llave de nuevo, se levantó, comprobó que en la mochila tenía los objetos necesarios y se preparó para salir al pasillo de nuevo.
Detrás de la puerta, el silencio.
Leer noticia original en Anaitgames (http://www.anaitgames.com/noticias/ganador-del-i-certamen-literario-navideno-de-anaitgames)